Por su ubicación, en una zona de frontera, sobre el cañón del Guáitara, es un punto de encuentro, un cruce de caminos, de comercio y de conexión de diferentes personas y regiones que se aglutinan en torno al poder mágico sagrado de la Virgen del Rosario.
Histórica y geográficamente ha sido punto de conexión de las comunidades negras del Bajo Pacífico, de indígenas del Cauca, de gente de la selva y de peregrinos ecuatorianos de Riobamba, Quito, Otavalo, Ibarra y Tulcán.
Según la investigación, el vínculo con el país vecino es tan fuerte que algunos ecuatorianos afirman que la Virgen les pertenece. Dicen que alguna vez fue de ellos y los colombianos se la quitaron.
Sus devotos también la llaman cariñosamente 'La ojona' o 'La mestiza' y celebran durante los primeros 15 días de cada septiembre su aparición. La imagen fue vista por primera vez en 1754 en una laja o roca por la indígena María Mueses y su hija, Rosa.
El santuario también ha servido como mediador para solicitarle a la Virgen la liberación de los soldados que fueron secuestrados en la toma del cerro de Patascoy, en el mismo departamento.
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